El portazo nunca llegó. Ella siempre salía de escena tal y como entraba, con el silencio de los que sueñan despiertos.
Y empezó a correr, pero no como alma que lleva el diablo, no. A ella la empujaba una ráfaga de pasión. Ella era así.
Sabía hacia donde se dirigía, allí donde pesaban los corazones del pasado. Desde su ventana siempre lo vió: un lugar donde se perdían figuras enamoradas, un lugar donde en otra vida, en otro mundo ella había sido libre y donde seguro que la estarían esperando.
Ellos siempre la esperaban.
Y entró como alma pura. Ese era el lenguaje del lugar, el lenguaje del Alma, el lenguaje del Mundo. Lo sabía porque había aprendido a entender aquellas ramas que desde lejos mecían su lecho con las nanas de quien es lluvia pero fuego, de quien es tierra pero aire.
No habían vacilaciones en sus pasos, ni temor en sus ojos.
Era de esperar que se desenvolviera mejor en la oscuridad, en la niebla y el silencio de los que tienen tanto que decir, que en la luz cegadora de los que creían saberlo todo y nada comprendían, de los que tanto obraban pero nada hacían.
Y allí esperó, pues ellos siempre esperan.
Quién iba a decir que existía en el mundo un lugar donde podría encajar, un lugar donde encontrar al igual.
Todos la llamaban, susurrando: hija mía, mi niña, niña de mis ojos. Niña de mis ojos. Tan simple y tan complejo... Partió a llorar, pues eso era ella, la niña de los ojos del mundo. ¿Y qué significaba aquello? Alguien se lo había dicho, allí alguien lo sabía.
Se acerará y me llevará hacia donde pertenezco.- Pensó.
Y allí se quedó, horas y horas.
Cuando empezó a temer que ellos solo sabrían esperar, aparecieron.
Y allí halló paz.
Su alma ya era libre.
Entonces comprendió que a partir de aquél momento iba a permitirse ser feliz.
No habrían más opresores.
Ella la primera, dejaría cumplir sus sueños.
Con miedo, porque... ¿por qué huir de él?
Es propio de todos los que arriesgan.
Sería feliz.
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